sábado, julio 08, 2006

Burricidio: Un Puntillazo al estilo Atanay





A propósito de un “burricidio”
Por Reginaldo Atanay

Nueva York. (www.atanay.com)- Ha poco, nos llegó a la mente, lo que sucedió el 25 de noviembre de 1960 en una cercanía de la región del Cibao. Un hecho horroso; espantoso. Tanto, que aquella fecha quedó fijada, para siempre, en la historia humana, política y social de la República Dominicana.
Fue cuando un grupo “élite” de los servicios de represión del régimen del dictador Rafal L. Trujillo ultimaron a palos, a mansalva, a cuatro personas que sólo trabajaban por el bien común de su país.
Las víctimas: María Teresa, Minerva y Patria Mirabal. Y Rufino de la Cruz.
Y retrotrajimos aquel hecho a nuestra pantalla mental, al recordar cómo los autores de aquella tragedia narraron, con alguna tranquilidad, cómo pusieron a aquellas personas al otro lado de la vida... a sangre fría; sin que las víctimas les hubieran propinado la más leve ofensa.
Fuimos testigos presenciales de cuanto se dijo sobre aquel hecho, y cuyo principal relator --y autor-- fue el ex sargento de la Marina de Guerra, Ciriaco de la Rosa.
Aquel proceso, celebrado en la sede del Tribunal de Jurisdicción de Nacional, con asiento en el Centro de los Héroes, mantuvo a todo el país en atención, pues el juicio, que duró varios meses, fue pasado por todos los medios de información, y con algunos excesos, el juez presidente de la audiencia, licenciado Osvaldo Soto, sentó cátedra de lo que es y debe ser un juicio penal.
Muy poca gente es dueña de una cobardía tan inmensurable, como para ultimar a palos a un ser viviente, sin que en ello precediera ofensa y agresión alguna por parte de la víctima. Por eso, no eran tantos los asesinos con que contaban los servicios de represión de la dictadura de Trujillo; de ahí que sólo un grupito se destacó en ese menester, y quien vivió aquella época, puede recordar los nombres de la mayoría de los asesinos que se destacaron durante la Era de Trujillo.
No hace muchos días que en un campo de la Provincia de Santiago de los Caballeros varias personas se proveyeron de palos y con los mismos ultimaron a un burro que, nueve días antes, había matado a su amo, a mordidas y patadas.
Fue “una venganza”. El pobre burro cibaeño nos obligó a recordar al poeta español Juan Ramón Jimenes y su “Platero y Yo”.
El jumento, según afirmaron los propios familiares del campesino víctima del burro, había sido maltratado muchas veces por su amo, quien lo usaba para su trabajo; y no teniendo consideración para con el cuadrúpedo, lo apaleaba, hasta que un día el burro decidió cobréarselas. Y mató al nombrado Luis Antonio Cruz Henríquez en el pobladito Ranchito Piché, de Jacagua, en Santiago.
Los parientes del agricultor muerto amarraron al burro en aquel mismo lugar, y lo mantuvieron, amarrado, durante nueve días sin permitir que se alimentara; ni que bebiera agua.
Terminada esa novena, los vengadores le aplicaron la tortura al animal, y lo dejaron muerto. Luego, lo sepultaron.
Y, se fueron. Contentos. Satisfechos de la hazaña realizada.
Se nos antoja pensar que esos torturadores y matadores del burro, de haber estado en el escenario político durante la Era de Trujillo, bien pudieran haber sido unos de los subalternos del malaventurado Ciriaco de la Rosa y sus compinches, y hacer “trabajos” en las cámaras de tortura que el régimen mantenía en el sector denominado “La Cuarenta”, y en el otro del Kilómetro Nueve de la Carretera Mella.

Meditación
Para la meditación de hoy: Tú y todo lo que te rodea, merecemos tu respeto. Somos, todos, hechura de la Divinidad; y precisamente por el irrespeto a hermanos humanos, animales, vegetales o minerales, es que hay lugares y gentes que sufren situaciones más deplorables que otros. La vida cuida de su esencia en todos los seres de la creación, y quien irrespeta la vida ajena, o la propia, se atrae situaciones nada envidiables en futuros lejanos o cercanos...


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