Comentario del editor.
El siguiente artículo nos da una clara ilustración de la calaña del candidato presidencial peruano, protegido del Loco de Miraflores, Hugo Chávez, que en su delirio pretende poner en el mismo costal a los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner, de Uruguay, Dr. Jorge Batlle, de Bolivia, Evo Morales y de Brasil Luis Inácio Lula Da Silva, la diferencia es clara; estos cuatro mandatarios son civilistas, líderes sindicales Morales y Da Silva y políticos Kirchner y Batlle, socialistas de larga militancia y trayectoria indiscutible, en el caso argentino un socialismo al estilo Eva Perón, pero jamás fueron militares golpistas de zafarrancho, metidos ahora a ultra izquierdistas, filocomunistas para confundir a sus pueblos, como Chávez y Humala y para muestra basta un botón, la investidura presidencial, no es óbice para que Chávez, se comporte como un patán autoritario, vulgar y fantoche, y como tal lo hace Humala, hostigan a los medios de comunicación, agraden, encarcelan y amenazan a periodistas; el comportamiento de estos dos bergantes difiere una inmensidad de los cuatro presidentes socialistas citados.
Es por esta razón que sostenemos que ofenden a la profesión los periodistas taimados que defienden a estos dos indefendibles sátrapas y nos explicamos, aunque no aceptamos porque corren a soto voces los comentarios de de los regalitos que en moneda norteamericana hace llegar Chávez a los periodistas que elogian sus teatrales apariciones públicas y las payasadas de su Alo presidente y resulta de muy mal gusto que la seccional del Colegio Dominicano de Periodistas de New York, se haya prestado a aupar, presentando en el acto de recordación de Orlando Martínez a quien se aprovecha de la libertad de expresión que disfruta para elogiar y defender a quienes pretenden suprimirla como estos dos personajes de opereta ultra izquierdistas y represivos como Chávez que pretende amordazar a la prensa venezolana y el tal Humala aliado de Fujimori y Montesinos que le sigue los pasos y aún en campaña amenaza con fusilar no solamente a periodistas sino a segmentos de la población peruana que les son desafectos. A continuación un artículo de Jaime Bayly, columnista del diario El correo de Lima, un periodista responsable perseguido por el régimen de Fujimori-Montesinos que se vio obligado a vivir años de exilio. Gracias amigos, Moisés Iturbides/mailto:miturbides@yahoo.com
JAIME BAYLY: Papeles perdidos
El matón enmascarado
Ollanta Humala, favorito para ganar las elecciones presidenciales el próximo domingo, sirvió lealmente a la dictadura de Fujimori y Montesinos desde el golpe de abril de 1992 hasta mediados del 2000. Humala, entonces militar en actividad, no protestó una sola vez por los crímenes, atropellos y fechorías de ese gobierno felón en aquellos ocho años y poco más, y, en recompensa por su callada lealtad, fue ascendido varias veces por los súbditos militares de Montesinos. No todos sus compañeros de armas callaron como él. El 13 de noviembre de 1992, el general Jaime Salinas y otros veinte militares peruanos, entre ellos un capitán, se levantaron en defensa de la democracia. Humala, que también era capitán, se abstuvo de acompañarlos o expresar su solidaridad con ellos. Meses después, el 5 de mayo de 1993, el general Rodolfo Robles denunció la existencia de un escuadrón de la muerte al servicio de la dictadura, el grupo Colina, y, perseguido por los matones de Montesinos, tuvo que pedir asilo en Argentina. Humala tampoco dijo una palabra en solidaridad con Robles ni se retiró entonces ni después del ejército corrupto de Montesinos, que era el sostén de la dictadura de Fujimori. No lo hizo porque, además de cómplice, fue también, según todos los indicios y testimonios más confiables, sicario de esa dictadura: Humala está acusado de torturar y asesinar, siendo capitán del Ejército, a Natividad Avila, Benigno Sullca, Miguel Herrera Ortiz y Hermes Estela en operaciones militares contra el terrorismo entre 1992 y 1993. Lo acusan los familiares de las víctimas, quienes lo reconocieron no hace mucho, indignados, al verlo como candidato presidencial. Su lealtad y falta de escrúpulos fueron premiadas por Montesinos: de julio de 1999 a enero del 2000 Humala fue nombrado jefe de Relaciones Públicas en Arequipa del general incondicional a Montesinos, Abraham Cano, quien, agradecido, recomendó su rápido ascenso a comandante. Con sospechoso sentido de la oportunidad, el flamante comandante Ollanta Humala y su hermano Antauro se levantaron en armas contra la dictadura de Fujimori y Montesinos recién el 29 de octubre del 2000, el mismo día y casi a la misma hora, la una de la mañana, en que Montesinos fugó en yate de Perú, cuando esa dictadura se desplomaba y no había ya riesgo alguno de que la sublevación fuese aplastada. Tras ser amnistiado por aquella extraña rebelión militar, que bien pudo ser una operación para distraer la atención de la fuga de Montesinos, quien llamó tres veces desde el teléfono satelital de su yate al cuartel que comandaba Humala en el sur de Perú en las horas previas al motín, Humala no tardó en volver a medrar del poder: en efecto, el gobierno de Toledo le pagó un salario de 270, 459 dólares en los años 2003 y 2004 como adjunto al agregado militar en París y agregado militar en Seúl. Curiosamente, Humala ahora llama “comechados” a los congresistas peruanos por cobrar 10 mil dólares al mes, pero él cobró ocho mil dólares al mes al gobierno de Toledo, por dos años consecutivos, en unos cargos públicos que, dado que se dedicó a estudiar en París y no sabía hablar coreano, no debieron ser demasiado extenuantes. El 18 de octubre del 2004, mientras Humala servía al gobierno de Toledo en Seúl, el periódico Ollanta tituló en portada: “¡Pena de muerte para el traidor Toledo, presidente de todos los chilenos!”. Aunque parezca mentira, Humala se permitió la pasmosa duplicidad moral de pedir el fusilamiento del presidente Toledo, al mismo tiempo que lo representaba en misión remunerada en el extranjero. Humala dice ahora que no justifica políticamente la violencia, pero es bueno recordar que no tuvo reparos en poner su nombre, Ollanta, a un periódico que en numerosas ocasiones pidió el fusilamiento de opositores políticos, chilenos, judíos y homosexuales. El 3 de enero del 2005, bajo el gobierno democrático de Toledo, se le preguntó si apoyaba el asalto a una comisaría, perpetrado por su hermano Antauro, que causó la muerte de cuatro policías. Humala respondió: “La población tiene el derecho a la insurgencia popular. Apoyo al movimiento etnocacerista (de Antauro) y a cualquier movimiento que haga uso de ese derecho”. Dos días antes, declaró: “Respaldo a mi hermano Antauro y hago un llamado a las fuerzas vivas del país para que obliguen a que Toledo salga de la Presidencia”. El 13 de febrero del 2005, dijo: “Toledo está usurpando el cargo y ya no le corresponde estar en el poder”. Por supuesto, Humala falseaba la realidad. Toledo no era ni es un usurpador. Era y es el presidente legítimo de Perú. El 22 de abril del 2005, declaró: “Es probable que el pueblo dé un golpe de Estado de masas para sacar a Toledo. Yo apoyo una situación de ese tipo”. Tal vez conviene recordar que no voté por Toledo en las elecciones del 2001 e hice una campaña pública contra él y a favor del voto en blanco, lo que provocó que sus más exaltados partidarios me agredieran varias veces. Pero ningún demócrata podría exigir el derrocamiento de un presidente elegido por el pueblo y que gobierna, como ha gobernado Toledo, con sumisión al imperio de la ley, por discutida o vapuleada que sea su gestión. El 9 de octubre del 2005, Humala y su padre, Isaac, rindieron homenaje, en acto público, al dictador militar Juan Velasco, que destruyó la democracia peruana en octubre de 1968. No parece razonable creer en la democracia y, a la vez, admirar a un dictador, sea del signo ideológico que sea. Pocos meses atrás, también en compañía de su padre, Isaac, y del embajador cubano en Lima, Humala rindió homenaje al partido comunista peruano y aclamó al cantante y mandón venezolano Hugo Chávez. Por último, el plan de gobierno de Humala elogia en su página 49 al dictador Juan Velasco por confiscar la libertad de prensa, critica al demócrata Fernando Belaunde por restaurarla y dice, en el lenguaje de la vieja izquierda que despreciaba la democracia y glorificaba la violencia para capturar el poder, que los medios de comunicación “son aparatos de dominación oligárquica-cultural”. Acosado por la prensa libre, que se siente amenazada, Humala promete ahora que respetará la libertad de prensa, pero su plan de gobierno, firmado por él mismo, exalta a quien la secuestró. Parece prudente desconfiar de sus promesas. Está claro entonces que Ollanta Humala no es un demócrata ni un hombre de paz. Es, no nos engañemos, un aprendiz de dictador y un matón enmascarado.
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El siguiente artículo nos da una clara ilustración de la calaña del candidato presidencial peruano, protegido del Loco de Miraflores, Hugo Chávez, que en su delirio pretende poner en el mismo costal a los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner, de Uruguay, Dr. Jorge Batlle, de Bolivia, Evo Morales y de Brasil Luis Inácio Lula Da Silva, la diferencia es clara; estos cuatro mandatarios son civilistas, líderes sindicales Morales y Da Silva y políticos Kirchner y Batlle, socialistas de larga militancia y trayectoria indiscutible, en el caso argentino un socialismo al estilo Eva Perón, pero jamás fueron militares golpistas de zafarrancho, metidos ahora a ultra izquierdistas, filocomunistas para confundir a sus pueblos, como Chávez y Humala y para muestra basta un botón, la investidura presidencial, no es óbice para que Chávez, se comporte como un patán autoritario, vulgar y fantoche, y como tal lo hace Humala, hostigan a los medios de comunicación, agraden, encarcelan y amenazan a periodistas; el comportamiento de estos dos bergantes difiere una inmensidad de los cuatro presidentes socialistas citados.
Es por esta razón que sostenemos que ofenden a la profesión los periodistas taimados que defienden a estos dos indefendibles sátrapas y nos explicamos, aunque no aceptamos porque corren a soto voces los comentarios de de los regalitos que en moneda norteamericana hace llegar Chávez a los periodistas que elogian sus teatrales apariciones públicas y las payasadas de su Alo presidente y resulta de muy mal gusto que la seccional del Colegio Dominicano de Periodistas de New York, se haya prestado a aupar, presentando en el acto de recordación de Orlando Martínez a quien se aprovecha de la libertad de expresión que disfruta para elogiar y defender a quienes pretenden suprimirla como estos dos personajes de opereta ultra izquierdistas y represivos como Chávez que pretende amordazar a la prensa venezolana y el tal Humala aliado de Fujimori y Montesinos que le sigue los pasos y aún en campaña amenaza con fusilar no solamente a periodistas sino a segmentos de la población peruana que les son desafectos. A continuación un artículo de Jaime Bayly, columnista del diario El correo de Lima, un periodista responsable perseguido por el régimen de Fujimori-Montesinos que se vio obligado a vivir años de exilio. Gracias amigos, Moisés Iturbides/mailto:miturbides@yahoo.com
JAIME BAYLY: Papeles perdidos
El matón enmascarado
Ollanta Humala, favorito para ganar las elecciones presidenciales el próximo domingo, sirvió lealmente a la dictadura de Fujimori y Montesinos desde el golpe de abril de 1992 hasta mediados del 2000. Humala, entonces militar en actividad, no protestó una sola vez por los crímenes, atropellos y fechorías de ese gobierno felón en aquellos ocho años y poco más, y, en recompensa por su callada lealtad, fue ascendido varias veces por los súbditos militares de Montesinos. No todos sus compañeros de armas callaron como él. El 13 de noviembre de 1992, el general Jaime Salinas y otros veinte militares peruanos, entre ellos un capitán, se levantaron en defensa de la democracia. Humala, que también era capitán, se abstuvo de acompañarlos o expresar su solidaridad con ellos. Meses después, el 5 de mayo de 1993, el general Rodolfo Robles denunció la existencia de un escuadrón de la muerte al servicio de la dictadura, el grupo Colina, y, perseguido por los matones de Montesinos, tuvo que pedir asilo en Argentina. Humala tampoco dijo una palabra en solidaridad con Robles ni se retiró entonces ni después del ejército corrupto de Montesinos, que era el sostén de la dictadura de Fujimori. No lo hizo porque, además de cómplice, fue también, según todos los indicios y testimonios más confiables, sicario de esa dictadura: Humala está acusado de torturar y asesinar, siendo capitán del Ejército, a Natividad Avila, Benigno Sullca, Miguel Herrera Ortiz y Hermes Estela en operaciones militares contra el terrorismo entre 1992 y 1993. Lo acusan los familiares de las víctimas, quienes lo reconocieron no hace mucho, indignados, al verlo como candidato presidencial. Su lealtad y falta de escrúpulos fueron premiadas por Montesinos: de julio de 1999 a enero del 2000 Humala fue nombrado jefe de Relaciones Públicas en Arequipa del general incondicional a Montesinos, Abraham Cano, quien, agradecido, recomendó su rápido ascenso a comandante. Con sospechoso sentido de la oportunidad, el flamante comandante Ollanta Humala y su hermano Antauro se levantaron en armas contra la dictadura de Fujimori y Montesinos recién el 29 de octubre del 2000, el mismo día y casi a la misma hora, la una de la mañana, en que Montesinos fugó en yate de Perú, cuando esa dictadura se desplomaba y no había ya riesgo alguno de que la sublevación fuese aplastada. Tras ser amnistiado por aquella extraña rebelión militar, que bien pudo ser una operación para distraer la atención de la fuga de Montesinos, quien llamó tres veces desde el teléfono satelital de su yate al cuartel que comandaba Humala en el sur de Perú en las horas previas al motín, Humala no tardó en volver a medrar del poder: en efecto, el gobierno de Toledo le pagó un salario de 270, 459 dólares en los años 2003 y 2004 como adjunto al agregado militar en París y agregado militar en Seúl. Curiosamente, Humala ahora llama “comechados” a los congresistas peruanos por cobrar 10 mil dólares al mes, pero él cobró ocho mil dólares al mes al gobierno de Toledo, por dos años consecutivos, en unos cargos públicos que, dado que se dedicó a estudiar en París y no sabía hablar coreano, no debieron ser demasiado extenuantes. El 18 de octubre del 2004, mientras Humala servía al gobierno de Toledo en Seúl, el periódico Ollanta tituló en portada: “¡Pena de muerte para el traidor Toledo, presidente de todos los chilenos!”. Aunque parezca mentira, Humala se permitió la pasmosa duplicidad moral de pedir el fusilamiento del presidente Toledo, al mismo tiempo que lo representaba en misión remunerada en el extranjero. Humala dice ahora que no justifica políticamente la violencia, pero es bueno recordar que no tuvo reparos en poner su nombre, Ollanta, a un periódico que en numerosas ocasiones pidió el fusilamiento de opositores políticos, chilenos, judíos y homosexuales. El 3 de enero del 2005, bajo el gobierno democrático de Toledo, se le preguntó si apoyaba el asalto a una comisaría, perpetrado por su hermano Antauro, que causó la muerte de cuatro policías. Humala respondió: “La población tiene el derecho a la insurgencia popular. Apoyo al movimiento etnocacerista (de Antauro) y a cualquier movimiento que haga uso de ese derecho”. Dos días antes, declaró: “Respaldo a mi hermano Antauro y hago un llamado a las fuerzas vivas del país para que obliguen a que Toledo salga de la Presidencia”. El 13 de febrero del 2005, dijo: “Toledo está usurpando el cargo y ya no le corresponde estar en el poder”. Por supuesto, Humala falseaba la realidad. Toledo no era ni es un usurpador. Era y es el presidente legítimo de Perú. El 22 de abril del 2005, declaró: “Es probable que el pueblo dé un golpe de Estado de masas para sacar a Toledo. Yo apoyo una situación de ese tipo”. Tal vez conviene recordar que no voté por Toledo en las elecciones del 2001 e hice una campaña pública contra él y a favor del voto en blanco, lo que provocó que sus más exaltados partidarios me agredieran varias veces. Pero ningún demócrata podría exigir el derrocamiento de un presidente elegido por el pueblo y que gobierna, como ha gobernado Toledo, con sumisión al imperio de la ley, por discutida o vapuleada que sea su gestión. El 9 de octubre del 2005, Humala y su padre, Isaac, rindieron homenaje, en acto público, al dictador militar Juan Velasco, que destruyó la democracia peruana en octubre de 1968. No parece razonable creer en la democracia y, a la vez, admirar a un dictador, sea del signo ideológico que sea. Pocos meses atrás, también en compañía de su padre, Isaac, y del embajador cubano en Lima, Humala rindió homenaje al partido comunista peruano y aclamó al cantante y mandón venezolano Hugo Chávez. Por último, el plan de gobierno de Humala elogia en su página 49 al dictador Juan Velasco por confiscar la libertad de prensa, critica al demócrata Fernando Belaunde por restaurarla y dice, en el lenguaje de la vieja izquierda que despreciaba la democracia y glorificaba la violencia para capturar el poder, que los medios de comunicación “son aparatos de dominación oligárquica-cultural”. Acosado por la prensa libre, que se siente amenazada, Humala promete ahora que respetará la libertad de prensa, pero su plan de gobierno, firmado por él mismo, exalta a quien la secuestró. Parece prudente desconfiar de sus promesas. Está claro entonces que Ollanta Humala no es un demócrata ni un hombre de paz. Es, no nos engañemos, un aprendiz de dictador y un matón enmascarado.
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